Ana Cristina Frías
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Bebo Dumont. Flow activo: llueva, truene o relampaguee.

Música, Reseña Sep 21, 2021
Foto de: @alexdiazfoto

Fluir: el equilibrio perfecto en el que, sin desbordarte, conectas con el gusto propio de hacer algo, al tiempo que dejas que una fuerza arbitraria, te guíe. Quizás la música es otra forma de nombrar el orden del universo, de recrear su mecanismo. En efecto, somos energía, pero convengamos que hay personas que tienen un manejo divino, elocuente y contagioso de esa energía en función del arte.

Del ejercicio de fluir con ritmo, conectado con la música y con el eco de beat pesado que retumba en el pecho, Bebo Dumont se hizo experto.

Ernesto “Bebo” Dumont es cantante,  baterista, percusionista, compositor y productor. Integrante de la banda Cultura Profética y de otros proyectos paralelos como Dub Ambassador  y este – su proyecto solista. Bebo tiene identidad
un manejo propio y elocuente de la palabra y de los instrumentos de percusión. Él es una escena en sí mismo por toda la música que sostiene, crea y comparte. La noche del domingo 11 de septiembre – con amenaza de tormenta – dio un concierto junto a su banda en un Club playero en Carolina, Puerto Rico.

Vivir en una isla en medio del Caribe es sortear las probabilidad de lluvia a diario. Se trata de comprender y entregarse a un sistema de riego que puede ser tan liberador como furioso. Con la humedad anunciando lluvia, Bebo Dumont y su banda se subieron a la tarima de Vivo Beach Club – en Carolina – a probar sonido.

El eco redondo e intenso del beat con el que inicia “Kikiriki” se convirtió en una onda expansiva que entró en contrapunteo con los truenos. Las primera en salir a bailar fue la lluvia.

Su cuerpo rebota sobre las rodillas, se inclina, aceleran y desaceleran en un verso libre y elocuente. Maneja un carro invisible que retrasa el eco del beat. Lo hace a propósito, pero fingimos que no sabemos. Crea una conexión lúdica con el público y traza un puente en el que todos sonríen, complacidos y extasiados por la descarga. Bailar hace falta. Es necesario poner la mente en pausa y habitarse. Y creo que de eso se trata ir a un concierto: despojarse, conectar con las historias que otros tienen para contarnos y – con suerte – encontrarnos en ellas.

La tensión entre las nubes y la humedad, recrearon la suavidad eléctrica del beat de Bebo Dumont. “Los días” fue la primera canción que sonó después de la tormenta y entonces vimos que cuando canta, Bebo lo hace primero con las manos.  Su cuerpo se transforma en un péndulo que sostiene sílabas que se alargan para estremecer el cuerpo y narrar frases elocuentes. Nuestro cuerpo – la masa mojada al otro lado de la tarima – reacciona con movimientos suaves que bajan por las caderas y flotan en el vientre. 

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Bebo canta lo que nos pasa, se escabulle en medio del viaje – el que sea que estés teniendo – para cantarte la posta. “Pa´ poder apreciar lo que la vida trae, hace falta equilibrio”.  Sin que dejes de bailar, entiendes lo efímero de la vida, que estar enamorado es un acto profundo de fe: un ritual con café y velas. 

Con la batería a sus espaldas y  una conga que le tapa la mitad del cuerpo, Bebo dispara la descarga de palabras que brotan de su boca a ritmo acelerado. Su verso baila, anda, alcanza y desborda esa masa invisible que llamamos tiempo; materia bendita que manipula a su antojo y adorna con historias de la vida en el Caribe: como las ganas de ir a la playa después del encierro en Llévame, o el silbido tierno de los gallos al amanecer en “Kiriki”. Sin darse cuenta, la mirada del sociólogo que narra la vida se escabulle, y describe la disposició del entorno: la dependencia a Instagram, la plata que no llega, las ganas de bailar, coger, besar. 

Esa noche la descarga inesperada de rock la puso Gabo Lugo en la batería. Bebo y él conforman una llave insuperable y complementaria que eleva el juego del flow malandro. Improvisan y se deslizan por las notas de un jameo inesperado. Bebo crea melodías mientras camina, en el trote que va del frente del escenario a la batería se da el gusto de bailar. Esa noche se apropió del espacio que la lluvia mojó y marcó como propio. Subió la temperatura y cambio las gotas de agua, por gotas de sudor. 

En la fiesta que arma, él es el hombre-orquesta que dirige el show. Entonces sucede que flota, se contorsiona, manipula la materia, se deshace en versos, alarga las vocales, crea melodías para hacernos cantar con complicidad. Caímos todos sumergidos en un trap cute que afloja las caderas y marea el juicio. Es el proceso de encontrarse o hallarse en el escenario; o en el Caribe que arrastra las erres y afinca las jotas, jayarse.

En la tensión de un palabreo que exorciza su mundo interior, Bebo Dumont está jayao.

Al final, lo único más grandioso que la vida misma, es despedirse con gratitud. Bebo lo sabe y en el trono de su batería, hace una serie de fraseos con la palabra gracias. A la vida, al público, a la lluvia por crear la atmósfera perfecta. Fueron dos horas de entrega en la que nos paseó por un disco prometedor que aún reposa en su estudio y que él ha prometido sacar a cuenta gotas: como se espera la lluvia después de la tormenta.

La certeza que vas desarrollando en el Caribe nos hace confiar en que más temprano que tarde, bailaremos esas canciones de vuelta. 

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