Ana Cristina Frías
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Jennifer Gásperi: manifiesto de melena, cuerpo y palabra

Entrevistas, Perfil Ago 02, 2020

Dicen que cuando Gabriel García Márquez entró al Convento de Santa Clara, en Bogotá, se encontró con una lápida de la que salían veintidós metros de una cabellera viva, unida al pequeño cráneo de una niña que, para entonces, tenía casi doscientos años enterrada. Gabo fue hilando un relato por cada uno de esos cabellos, historias que parecían haber estado dormidas en su memoria. Así fueron llegando las palabras para explorar los pueblos del Caribe, las historias de los amores contrariados y todos los enigmas de la fe. 

Historias de amores y demonios naciendo de hebras ensortijadas de una melena. 

Algo de todo eso hay en la maraña volcánica que estalla como una aureola alrededor del rostro de Jennifer Gásperi, porque irradia sus premisas con calma y, a la vez, se sostiene de ellas con furia para recrear el ritmo de la vida sobre el escenario.

Unas greñas pueden serlo todo: un símbolo de poder, un manifiesto, la diferencia entre un día bueno y uno malo. Es uno de los múltiples guiños visibles de Jennifer Gásperi y esa relación entrañable que tiene con su propio cuerpo, sostenida sobre elementos más íntimos y externos, como la voz y cada palabra, que empezó a tejer mucho antes de decidir ser socióloga o directora de teatro.  

A los 14 años, su mamá la animó a hacer los talleres de teatro de la Escuela Anna Julia Rojas, en Caracas, con una frase breve pero poderosa: “Si vas, yo te lo pago”.  Venía desde la intuición de una mujer que supo desde siempre que había algo allí que a ella le haría bien. No se equivocó.  Jennifer Gásperi no se ha separado de las tablas desde entonces. Después de aquellos talleres, se formó junto a Romano Rodríguez en la compañía de la que hoy es directora: Teatro Nueva Era. 

La sociología llegó después del teatro. Estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela y lo mantuvo vinculada al trabajo que estaba construyendo como actriz: “Crecí con una forma de hacer teatro que mira constantemente a la realidad”. Así que aquello que aprendía en la universidad respondía a la estructura y al funcionamiento de la humanidad agrupada y viviendo bajo normas comunes, así que la sociología le permitió tener una base teórica y una mirada transversal del entorno, cosa que ella convirtió en el germen para construir historias narradas a través del cuerpo.

“Ambas disciplinas son muy fuertes en mí en todo lo que yo hago: lo que hacía sociológicamente tenía una impronta escénica y teatral, mientras que esto que hago en el teatro tiene una impronta sociológica muy particular. Toda mi formación escénica ha sido muy concienzuda: me he dedicado a estudiar”. 

En esa búsqueda que se hace desde la dirección teatral para ensamblar obras que muestren su visión de la vida, Jennifer Gásperi se ha dado el gusto de jugar, retándose a explorar otras disciplinas que hagan su mirada más completa y afilada: tiene formación en Antropología Teatral, estudió Dramaturgia del Actor, es coach ontológica, hizo un posgrado en Gestión Cultural en Argentina y actualmente es tesista de una maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural.

No hay manera de saber con certeza en qué momento todo esto se convirtió en una tesis sostenida alrededor del cuerpo. Quizás fue cuando empezó a hacer natación, o cuando hizo gimnasia olímpica y ballet, o como la adolescente que probó con el modelaje. Incluso, es posible que haya sido durante su etapa de exploración en la fotografía o cuando hizo danza contemporánea.

Tal vez sólo es la consecuencia de una larga exploración de espacios que el teatro terminó por concentrar.  

En cada uno de estos universos, ha encontrado elementos para crear personajes sólidos y obras que bordean los matices, rasgan la superficie de las certezas y ponen al espectador a cuestionarse. 

En ella fluyen con naturalidad aspectos que, a ratos, podrían parecer opuestos.

Una mujer que está muy “parada en su cuerpo”, cuyas emociones, procesos y etapas se miden desde ahí: se viven, se sufren y se padecen desde la materialidad de su piel, desde el mapa de pecas que la recorre. Aunque también es profundamente desapegada a otra clase de materialidad: aquella de los espacios físicos y los lugares. Incluso, a la incomodidad que gira alrededor de estar distanciada de sus afectos más inmediatos.

Al parecer, las certezas las ubica en otro lado, uno muy íntimo y potente que también se mueve con ella: “Mi conexión con el cuerpo siempre ha sido muy intuitiva. No hay manera de que yo mire lo que hago sin que me atraviese a mi primero”. 

A medida que ha ido creciendo, ha acompañado su aproximación al mundo desde las palabras: le da peso, dimensión y forma a todo lo que el cuerpo procesa pero que no puede nombrar. A partir de ahí, ha encontrado la claridad y la calma para ponerse a crear, muchas veces, rodeada de amigos. 

Entiende el ejercicio creativo como un proceso colectivo que convoca distintas disciplinas: escritores, intérpretes, fotógrafos y músicos se han sumado a sus obras y proyectos a lo largo de estos años en cada ciudad que habita. 

Foto por: Arlette Montilla

Mientras lo explica, el destello verde de sus ojos, imposibles de esconder detrás de sus lentes,  evoca el tono esmeralda del Mar Caribe, el mismo mar que fue su salita de juegos cuando era niña en la Isla de Coche. Ya entonces había algo en la danza irreverente del viento que quiso imitar, así como en el vaivén de las palmeras y en las poses grandiosas de sus troncos que fueron, de alguna forma secreta, la chispa inicial para transitar el camino del yoga. 

Esa comunicación constante entre la naturaleza y su cuerpo la formó en libertad, y forjó en ella una relación estrecha y profunda con su propio sistema orgánico que, durante estos años, se ha dedicado a codificar en manifiestos sociológicos, eventos culturales e historias que laten detrás de un telón.

Así, sin saberlo, la Gestión Cultural la encontró con otro territorio donde terminaría haciendo casa: Buenos Aires. Aquí es donde, en una tarde soleada de invierno, conversa sobre el camino transitado y hace inventario de las últimas obras y muestras teatrales que ha montado con Acción Migrante, esa extensión de su trabajo con Teatro Nueva Era en Caracas: su aproximación a la actuación como directora, la formación de nuevos intérpretes, las trampas de la nostalgia en la que caemos cuando migramos y, en especial, la transformación durante el proceso de entender el teatro desde el cuerpo.  


Jennifer tenía un romance con la ciudad de la furia mucho antes de julio de 2017, cuando decidió mudarse definitivamente. La cautivaron el teatro, las medialunas, el mate y la posibilidad de concretar lo que en Caracas parecía disperso. Con el tiempo, la mirada de la una sobre la otra las ha hecho “más bonitas, intensas, conscientes e inteligentes”. 

  ¿Cómo fue irte de Caracas?  

Fue una decisión cero sufrida. Me despedí de mi mamá y le dije: “Mami, nos vemos pronto”. Me tomó tres meses resetearme y sanar. Estaba muy herida con el teatro en Venezuela. Sentí mucho esfuerzo y poca valoración. Estaba muy agotada. Estábamos haciendo con Peces del Guaire algo transformador, pero a nadie parecía importarle demasiado, a diferencia de otras acciones más monumentales y visibles, las más constantes y pequeñas. 

Caracas en 2017 era un monstruo atado, una quimera en movimiento, sacudida por una de las represiones más brutales jamás vistas y, a la vez, una ciudad que se fortalecía por la energía de movimientos artísticos que pusieron el cuerpo para hacerle frente a la barbarie. Caracas era un todo mutilado, pero vivo. Una ciudad profundamente rota, que experimentó la belleza en las formas más honestas, puras, patéticas e ingeniosas. 

Caracas vio a sus criaturas atravesar el río Guaire bajo una nube de gas y balas.

Caracas vio a la vida y a la muerte caminar de la mano al teatro, bailar ritmos paganos, marchar, correr, asfixiarse y devorarse en microuniversos que se apagaban todas las noches y resucitaban con la salida del sol.  

Caracas se sostuvo de expresiones artísticas potentes en un intento desesperado por no sumirse en un espiral infinito de horror y sangre.  

Una de las criaturas que nació durante este proceso fue Peces del Guaire, una puesta escénica que respondía desde el arte organizado y colectivo al hasthag burdo y grotesco que el Ministerio de Cultura creó a partir de la escena de los manifestantes atravesando un río de excremento: #alGuaireLoQueEsDelGuaire.

Peces del Guaire se pensó y se produjo inicialmente entre Jennifer, José Alejandro España y Willy McKey. De a poco se fueron sumando otros colaboradores como Arlette Montilla, quien hizo el registro fotográfico de todas las ediciones. Convocaron a artistas de distintas disciplinas: poetas y músicos, actrices y fotógrafos, y los reunió en distintos performances en los que sus voces y cuerpos sostuvieron textos que le hacían frente político a aquella frase del hashtag que apuntaba a una herida más profunda: la burla de la dictadura al escape mortal de los manifestantes. De aquellos textos, sólo los dos primeros fueron escritos por España y McKey, pero fueron tres meses en los que llegaron a hacer hasta dos funciones semanales. 

“Fue complicado sostenerlo, porque también tuvo muchos detractores a quienes les parecía que el país no estaba para esa clase de respuestas, que veían como  única vía posible las protestas que se hacían en la calle en un tono más confrontativo”. 

Jennifer Gásperi en una de las acciones de Peces del Guaire. Caracas, 2017. Foto por: Arlette Montilla

Durante ese proceso hubo algo que te agotó, porque a partir de allí surgió la necesidad de cortar con tu vida en Caracas, poner el cuerpo en descanso y volver a tu centro: la investigación y la formación. 

Con esta impronta corporal, yo estoy donde está mi cuerpo. Si mi cuerpo está aquí, yo estoy acá. Y eso no quita que yo esté pendiente de mi mamá, que está en Venezuela. Si yo necesito estar en Buenos Aires, eso no significa que no vea hacia Venezuela. Tengo muchas ganas de ir a crear. Y creo que si pudiese ir en este momento y tuviese la oportunidad de hacer un par de proyectos, serían unos proyectazos, pero los recuerdos son una cosa y vivir en ellos es otra. Yo siento que, al menos energéticamente, la nostalgia te hace no-estar acá. Entonces, si de algo me ocupo es de estar en donde está mi cuerpo. Y donde me está latiendo el corazón, ahí estoy yo.

Sus proyectos teatrales se construyen desde un terreno inestable y extraño, donde más de una vez nos hemos quedado suspendidos y que se activa cuando la vida nos lleva por caminos que no teníamos previsto. Ese estado de incomodidad fue el punto de partida para abordar el teatro con una profundidad distinta y fue lo que terminó construyendo su línea estética. 

Ahora, sintiéndose más grande, puede decir que tiene un tema de investigación: el cuerpo, una mirada de 360 grados elaborada desde la palabra, la piel “y todo lo que sucede en el medio”. En especial aborda el cuerpo femenino, primero porque es mujer, pero también porque (aunque dice no saber cómo ni por qué), Jennifer Gásperi es un imán de mujeres poderosas y talentosas. Vibra muy alto con lo femenino. Emana una energía que gira alrededor de la contención y, a la vez, de la posibilidad de dar respuestas a la complejidad humana, algo que ha traducido en proyectos como los #NoHaceres. La transformación y el cambio han sido constantes. A ratos llenos de movimientos bruscos, pero poderosos, porque saben resonar muy hondo.

De ahí que tengas una visión tan particular de Buenos Aires y que tu relación con la ciudad sea tan singular… 

La primera vez que vine, sentí que éste era mi lugar en el mundo. En el universo del Yoga, todas las personas quieren ir a la India a formarse. Buenos Aires es mi India: autoconocimiento, choque con el cuerpo, filosofías distintas a las tuyas. Buenos Aires me hace enfocarme. Aquí he logrado condensar lo que en Caracas estaba disperso. 

¿Qué ha cambiado para ti?

Ahora me hago otras preguntas. Más personales. Más profundas. ¿Cuánto disfruto los logros? ¿Me quedo? ¿Soy de esas personas que son activadoras, inician algo, logran ponerlo a andar y lo sueltan? Es eso: redefinir todo, hasta la comodidad. Banco los feminismos. Y no creo que exista un feminismo único. Entiendo la lucha y la poca flexibilidad de algunos colectivos, porque son los que están poniendo la cara y haciendo que las cosas cambien, pero en mi trabajo artístico y mi vida personal tengo problemas con la poca flexibilidad, con creer en que hay una única manera de hacer las cosas. No solo me pasa con el feminismo: me pasa con la izquierda, me pasa con la derecha, me pasa con cualquier cosa que no me permita pensar por mí misma o cuestionarme. Me generan la necesidad de saber tomar distancia. 

Con Acción Migrante, Jennifer Gásperi montó Cuestión de Género, una obra que toca temas sustantivos como la identidad, el erotismo, el universo de las fake-news, la intimidad de la vida en pareja y todo cuanto decimos (y cuánto nos exponemos) en el frívolo universo del 2.0. Fue la primera obra que presentó en esta nueva etapa en Buenos Aires.  Se estrenó en junio de 2019 en el Teatro Código Montesco con un elenco conformado por actores argentinos y venezolanos. Ahí mostró el trabajo de todo un año de formación de nuevos intérpretes. 

Montaje de Jennifer Gásperi con Acción Migrante. Buenos Aires, 2019. Foto por: @_damarka_

¿Esa distancia fue el germen de creación en Cuestión de Género? 

Las piezas que conforman Cuestión de Género ya estaban escritas. Vimos el momento ideal para ensamblarlas y montarlas en Buenos Aires. Una habla de la intimidad: PornoSapiens. La otra habla de la mujer en un contexto particular que es el mundo de las noticias en televisión, donde se da mucha fuerza al hombre y a lo masculino: Wikilliam Shakespeare. La tercera se titula “Botón de Pánico” y está escrita en clave de comedia. Quizás en el momento en que fue presentada, con la lucha feminista tan a flote, no fue tomada de la mejor manera. Sin embargo, Cuestión de Género, toda, apunta a la clave comedia y es muy loco que esa parte de la pieza en particular haya resultado incómoda para algunas personas, pero que no pasara lo mismo con Pornosapiens ni con Wikilliam Shakespeare. Creo que es porque son dos mujeres: no aparece el masculino, entonces evidencia la crítica dentro del feminismo. Quizás ocurre porque nos estamos cerrando demasiado y aún no permitimos que los compañeros luchen junto a nosotras. Quizás estamos desdibujando un poco la aproximación a quienes piensan distinto.

Jennifer Gásperi suena a cumbia, a rock y a todos los ruiditos que conforman el soundtrack de Caracas, como esos sapitos que adornan con sus silbidos el paso de la montaña. Es la calma de unos ojos verdes y profundos que contrastan con el eje incendiario de su cuerpo, de su mente curiosa que hace espejo con sus greñas, que se pellizca sutilmente los labios con las uñas cuando habla de algo que la apasiona. 

Es inabarcable y extensa en palabras, así que aparecen las imágenes que resumen su sabiduría sinestésica: huele colores, saborea sentimientos y se apodera de cualquier espacio cuando oye alguna canción que la alborota, porque  el Caribe la habita siempre y tan profundo que no lo desdobla ningún paisaje. Así que se maneja con calma sobre el gris parco de Buenos Aires. 

Jennifer Gásperi es la aproximación a una intelectualidad esotérica: la que cree en los libros, en el papel y en el poder de los textos subrayados con la misma firmeza con la que confía en los cuarzos que le cuelgan del cuello y en el trayecto de los planetas. Tan alta y bonita, se disuelve y se hace pluma, pero en menos de un instante se solidifica, se planta y confronta. 

Mira fijo y da. Porque sí, porque puede. Y cuando no sabe, ella que sabe tantas cosas, no sabe por qué pero también da. Da siempre. Y el mundo se lo agradece. 

 

 

Montaje de Jennifer Gásperi con Acción Migrante. Buenos Aires, 2019. Foto por: @_damarka_
Jennifer Gásperi en una de las acciones de Peces del Guaire. Caracas, 2017.
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