Raúl Monsalve y Los Forajidos: la anatomía de los Bichos.
Entrevistas, Música Sep 16, 2021

Su espalda dibuja un arco exquisito, desplegando un eje del que sus brazos cuelgan. El cuerpo aplanado lateralmente, aguanta el peso de dos bambús inquietos. Inicia el revoloteo de un insecto no alado que derrama su fuerza en un trote frenético por el choque de las dos varas. Las pupilas del público se dilatan, al tiempo que el pecho les comienza a arder. Es el corazón siguiendo el compás. Nadie hace nada.
Las piernas de Raúl Monsalve – dignas de un arácnido- calculan el salto hacia el siguiente instrumento, mientras rebotan por el eco sordo del quitiplás. Y en un respiro aplaude, conectando con una audiencia en llamas por el tambor, para recordarnos su naturaleza humana, híbrida. A simple vista la cualidad más distintiva de este bicho raro es la destreza con la que salta de un instrumento a otro, sin accidentes. Avanzando a paso seguro en el despliegue monumental que hacen sus dedos, Raúl se ubica en el bajo y canta el primer verso de “Carcajá“, sin ahogarse. Corre el año 2017 y Raúl Monsalve y Los Forajidos encantan al público del Festival Villes des Musiques du Monde en Paris.
Así es Raúl Monsalve. Cantante, compositor y el rostro visible – aunque cubierto de bichos – de la plaga sabrosa que son Los Forajidos.
En una tarde parisina, sentado en la terraza de un edificio que imagino pequeño y luminoso, Raúl desacelera sus pasos, dobla las piernas con parsimonia – como quien busca la pose perfecta que le permita el descanso – y espera mi llamada. Por un instante San Juan y Paris quedan bajo una cúpula solar que alumbra nuestras rarezas para conversar de un álbum que hurga, juega y redistribuye el universo del jazz de vanguardia, el afrobeat y el dub con los ritmos afrovenezolanos.
Producido por Malcolm Catto (productor, ingeniero y baterista inglés), Monsalve reúne a un extraordinario enjambre de músicos de sangre caliente e imaginación voladora dentro del mismo estudio. Hiló una telaraña de colaboraciones alrededor del mundo para hacer posible su tercera producción discográfica con Los Forajidos llamada Bichos. El álbum salió de la mano de Olindo Records, un sello discográfico con base en – Londres y Caracas – que funciona como un colectivo creativo al que le gusta colaborar con músicos que conectan con las artes visuales en distintas partes del mundo.
Bichos ha sido uno de los descubrimiento más interesantes del 2020. Es música con base en ritmos afrovenezolanos pero que coquetea con el sonido del jazz de la escena europea. Me recuerda un poco a la estética de Family Atlantica, pero ¿cómo llegaste tú a ese sonido?
R.M: Yo vengo de Caracas, sí. De base estuve muy involucrado en el rock y después con la fusión. Yo tocaba con una banda que se llamaba El Supremo Hongo Imaginario y allí también estaba un saxofonista que caía a veces como invitado; se llama Pablo García – no sé qué edad debe tener ahora – pero él está dos generaciones antes que yo y era parte fundamental del movimiento de percusionistas de Sarría (barrio popular de Caracas) que empezó en los años setenta. Él me invitó a tocar con su proyecto y así empezó mi conexión con ellos. Empecé a salir un poco más del rock y a meterme bastante con la música caribeña. Ya yo venía envenenado escuchando a Lapamariposa, yendo a todos sus conciertos y luego toda esa influencia se volvió Bacalao Men.
En ese momento había una movida de meter las cosas urbanas con lo tradicional, con las cosas caribeñas. No sé cómo empezó, creo que naturalmente se fue dando. Poco a poco empezamos a investigar más sobre las cosas venezolanas. Recuerdo – por ejemplo – haber hecho pequeños viajes estando de vacaciones en Higuerote, me iba para Curiepe a conocer cómo era esa cosa de los tambores allá. Eso pasó entre el 2004 y el 2005.
¿Y qué encontraste en esos viajes?
R.M: Lo que es natural para uno: te vas para Chuao, para Choroní y entras en contacto con esa música sin quererlo. Forma parte de uno. Curiepe, cuando no hay fiesta, está vacío. Después me metí con el cule puya, volví a ir muchas veces y un día grabamos la fiesta de San Juan. Me quedé antes del 25 de junio e hice amigos en el pueblo. Ahí fue cuando empecé a frecuentarlo mucho, fue como un intercambio porque hice buenos amigos que después invité a un concierto en Corp Banca (Ahora Centro Cultural BOD) en el 2010. Invité a los que son de allá: Yohan Aguilares y Luis Camacaro. Imagínate, todo ese contacto con ellos ha sido aprendizaje.
Es hermoso ese proceso. Me hace pensar la construcción de Un Solo Pueblo en los años setenta. Jesús e Ismael Querales, sus fundadores, se fueron a cada pueblo de Venezuela a vivir la tradición, a reunirse con los cultores y aprender de ellos. Lo que me cuentas, va un poco en esa línea. ¿Llegaste a documentar esos encuentros?
R.M: Sí, exacto. Bueno, hay unos videos grabados con una cámara Súper 8 que están en mi Instagram. Eso fue de la primera fiesta de San Juan que hicimos en el 2007. Pasó un tiempo. Volviendo un poco atrás, me doy cuenta que ese San Juan nos cambió muchas cosas a todos los que fuimos porque lo vivimos con intensidad. Yo recuerdo que tenía que dar clases de música el 26 de junio en el colegio Santiago de León en Caracas. Salí el 25 de mi casa y eran las doce del mediodía del 26 y yo todavía estaba en el pueblo de Curiepe, jodiendo. Me fui en la madrugada a Caracas, directo a dar clases, medio rascao todavía, escuchando el ritmo del mina en la cabeza. Ese sonido se mantuvo ahí como por dos semanas.
Lo imagino y no se me hace muy distinto a lo que quizás vivieron Jesús e Ismael Querales en los años setenta.
R.M: Sí, es que es interesante lo de Un Solo Pueblo, yo pienso mucho en ellos casualmente, tanto por Los Forajidos como por mi otro proyecto Insólito Universo, precisamente por eso que mencionas de recopilar información. Lo que pasa es que para nosotros en la diáspora, la limitación es la distancia. Hay que ser cuidadosos sobre cómo respetar estas tradiciones en la distancia porque no podemos verlo in situ, no podemos ir al pueblo. Hay que contar con la gente que está en el viaje, ahora con el internet se facilitan muchas cosas, puedes contactar a los cultores por ahí.
En Bichos hay una mirada sobre la escena del afrobeat y el jazz de Londres y Paris que hace mucho énfasis en el trabajo de los músicos que son hijos de migrantes y que de alguna forma tienen una conexión con Latinoamérica. ¿Te parece que hay un aporte o cambio de esos sonidos a partir de este proceso?
R.M: Yo creo que es un buen momento, no sé si porque yo estoy metido de lleno e hicimos muchos amigos, pero siento que estamos en un momento bien sabroso. Está Orestes Gómez en México, está Baldo Verdú en Londres, estoy yo en Paris. En Nueva York también hay un poco e´ gente: Daniel Prim, Marquitos de Afrocódigos. Es decir, hay una masa de jóvenes – y no tan jóvenes – que estamos dándole duro a llevar esta música que personalmente creo – y muchos de los que te estoy nombrando piensan así – que tenía que salir de ese espacio que le dieron en Venezuela los domingos a las once de la mañana, ¿sabes? Eso de: “véanlo aquí en la ciudad, que así es que cómo se hace allá en el pueblo”. Muy de afuera, me parece, y creo que hacía falta sacarlo a la calle, tocarlo en una fiesta, en un local nocturno, por ejemplo, que es como realmente se viven esas fiestas.
San Juan toma ron. Hay baile, hay sudor y creo que esta generación lo está llevando más hacia esa dirección. Y para que tenga eso, tiene que mezclarse porque no puedes vestir a todo el mundo de blanco con el pañuelo rojo en una ciudad como Londres, Paris, Nueva York, o incluso, Caracas.
¿Por qué?
R.M: Porque eso forma parte de un sitio y tiene unas razones históricas. Pero nosotros que estamos en una ciudad, tenemos otras influencias. Es como una manera de reapropiarnoslo para que tenga una vida dentro de la ciudad. No sé si me explico.
Claro.
R.M: Pienso que en los setentas también hubo ese ímpetu con Vytas Brener, Un Dos Tres y Fuera, Gerry Weil, pero después como que se apagó esa escena. La verdad es que hubo mucha gente que experimentó con fusión. Ahora estamos en un buen momento porque la gente está replanteándose las músicas tradicionales en todo el planeta y está mezclándolas con otras cosas. Yo creo que eso tiene mucha historia: yo escucho mucha música africana y – por ejemplo – me doy cuenta que desde los sesentas ya ese camino estaba planteado. Ellos ya estaban fusionando con el rock, con sintetizadores y eso nunca ha parado.
Ahora, trazando un poco las distancias entre una ciudad como Paris y la dinámica que se crea en un en cierro de San Juan en Curiepe ¿cómo fue el proceso de grabación de un álbum como Bichos? Tu base es Paris desde hace diez años, pero grabaste la percusión con Joel Arriaga, Ernesto Marichales y Baldo Verdú en Londres, ¿no?
R.M: Sí, sí, todo eso se grabó en Londres. Lo que pasa es que allá tengo a mi mano derecha, que es uno de mis productores favoritos desde que estaba en Venezuela, que es Malcolm Catto. Por suerte de la vida, terminé tocando con él desde 2015 hasta 2016 en Los Heliocentrics, reemplazando al bajista. Él es el director de ese grupo. Hicimos súper buena conexión – es alto pana – casi todas las cosas que hago con Insólito Universo y después con Los Forajidos pasan por él. La mezcla, por ejemplo, en algún momento pasa por sus manos. En el disco de Bichos grabamos la base – percusión, batería y bajo – en el estudio de Malcolm que es único, con equipos vintage, con mucha, mucha grasa.
Se trabaja de una manera muy particular. Él es una persona completamente poco ortodoxa, te dice las cosas más locas cuando estás grabando y al final funciona porque él lo que está buscando es la energía, la fuerza de una grabación y ahí es donde conectamos mucho.
Creo que es por eso es que conectamos con las grabaciones viejas porque antes se buscaba no tanto la perfección, sino la energía. Ahora todo lo puedes afinar en ProTools, lo puedes poner a tiempo, pero hay algo de la imperfección, del sudor que había antes que a nosotros nos obsesiona. Los discos de salsa vieja, por ejemplo, tienen ese algo que hacen que los seguimos escuchando hoy, por encima de las cosas perfectas que van apareciendo. Por eso me encanta trabajar con Malcom. Así fue grabada la percusión en Londres: todos metidos en un cuartico ahí, dándole.
Eso, justamente, fue algo que me contó mi primo Baldo Verdú cuando estuve en Londres en 2019, que ahí conectó con la libertad de la imperfección, con la belleza del momento y de la energía en una grabación. Eso me pareció revelador porque cambia por completo la búsqueda.
R.M: Claro, porque pone el acento en otra cosa. Eso depende de cada quién. Hay gente que busca lo perfecto. Una de las cosas de las que me he liberado realmente es tratar de pensar menos como músico, porque eso es muy de músico – “ah, no que tiene que estar afinado, que echa pa atrás, que echa pa lante ” -. Esa es una cosa que nada más se da cuenta un músico y realmente es poco importante. Es casi la parte negativa de ser músico, porque con una pintura o una obra de teatro lo que vas a ver es la emoción, el concepto. Hay algo que se revela, que te da un shot, como un coñazo cuando lo ves… porque son otros criterios los que se aplican, que la perfección. Una computadora podría hacerlo perfecto, no haría falta ni que tocáramos. Puedes poner la Orquesta de Berlin sampleada y va a sonar perfecto, que es distinto a tener la Orquesta tú. Hay algo que pasa que lo hace distinto.
¿Cómo funciona la dinámica de Los Forajidos en vivo? ¿En cada ciudad de Europa encuentras músicos con los que tocar o tu banda viaja contigo?
R.M: Es un grupo que me acompaña, que tiene metamorfosis, pero no sé, es raro porque siempre hay un elemento en común. Siempre somos medio familia. He tenido mucha suerte porque los músicos se emocionan con el proyecto, están comprometidos con eso. No sé, les gusta la música y eso es muy fino.
Bueno, el grupo ha cambiado tanto que ya perdí la cuenta. Por lo menos una cinco veces ha cambiado, más que todo por cuestiones de históricas. La banda existió en Venezuela, después yo me fui a Londres a hacer un postgrado de etnomusicología e hice el grupo allá. Cuando regresé a Caracas en el 2010, la mitad de la banda ya se había ido, entonces volví a plantearla. En Paris me costó mucho hacerla, pero finalmente se logró. Después metí una bomba nuclear en el grupo y cambié todo el equipo antes de grabar el disco. Hice un equipo nuevo para tocar el disco en vivo que no son los mismos que están en la grabación. Algunos sí, pero no es la mayoría.
De toda la historia que tiene el grupo, la banda que tenemos ahora, me tiene muy emocionado porque está sonando súper bien. A fuerza de cometer errores, uno va corrigiendo cosas. Pero si te digo la verdad, está sonando muy chévere.
¿Qué ha resonado contigo cuando has tocado en Festivales o en algún local nocturno en Europa?
R.M: Siempre ha sido fantástico. Ahora estamos en un nuevo momento porque es nueva banda, es post-covid y llevamos un año esperando los toques. Acabamos de hacer tres o cuatro toques en julio, que fueron los primero y ¡ufff, fantástico! De verdad súper bien. Fue un poco raro, claro, porque muchos conciertos tienen restricciones por el covid y la gente tiene que estar un poco reprimida, como sentadita ahí, mirando. Y aún así, siempre se terminan parando para bailar.
O sea que cuando se hagan conciertos sin restricciones…
R.M: Pues, me hace imaginar que será un desnalgue (risas). Wow. Una locura. La verdad nosotros la hemos pasado muy bien. Estamos contentos y la gente también. Hay algo que pasó con el disco que para mi fue… ¡era algo que quería que pasara! y es que la gente se interesa por lo que está escuchando. Va más allá del grupo – de Los Forajidos – a ver quién es Betsayda Machado, quién es Un Solo Pueblo, de dónde sale ese canto de tal sangueo. Empiezan a investigar de qué va la música venezolana porque no tienen idea, a preguntarse qué es el quitiplás, cómo se toca, qué es ese bambú. Van a internet, buscan y consiguen otros artistas. Todo eso suma. No es solamente sobre nosotros, sino de otros artistas. Así se va creando una ola.
Además tienes unas colaboraciones increíbles en todo el disco: Rafa Pino, Betsayda Machado, Luzmira Zerpa, Afrocódigos, Vasallos del Sol. Y recientemente hiciste el remix con Orestes Gómez. Se nota que hay una conexión entre el imaginario popular, la interpretación de cada músico y la impronta de Los Forajidos. ¿Cómo fue ese proceso a nivel creativo? ¿Bocón salió de una improvisación con Luzmira en un toque?
R.M: Bocón es un canto tradicional de Barlovento en el quitiplás, lo compuso Belén Palacios – la cultora más importante del quitiplás – ya fallecida. No sé si es ella la que lo hizo, pero es un canto – probablemente – del pueblo de Tapipa. Yo llevaba tiempo haciendo ese tema con el grupo, cocinándolo. Fuimos a hacer un concierto en Londres, en una sala fantástica que se llama Total Refreshment Centre – que ya no existe, pero que fue fantástica cuando existió – y yo le dije a Luzmira: “tienes que cantar esta canción”. Antes de montarse en tarima, ella estaba viendo qué decir porque no iba a improvisar cien por ciento, estaba como escribiendo cosas y le salió eso de: “ustedes son los forajidos y la forajida soy yo”. Me dio demasiada risa y de inmediato pensé: esto hay que grabarlo. Yo imaginaba su voz perfecto en ese tema y se hizo realidad. Después le dimos más vueltas porque el canto tradicional habla de alguien que es chismoso o alguien mentiroso, tiene ese doble significado.
¿Tenías la intención de construirlo como una crítica a la situación en Venezuela?
R.M: Sin ser obvio, nosotros tratamos de que hablara del problema que está pasando en Venezuela: el día a día de la gente que está en televisión haciendo meeting político, diciendo barbaridades, diciendo mentiras y luego tienes a un poco e gente que cae en esas mentiras ¿me entiendes?
El disco está muy dedicado a eso: al ladrón, a la avaricia. ¿Cuál es la mentira? La idea es mostrar cómo todas esas calidades humanas o defectos humanos – tanto en lo personal como en lo social – son para mí, las causas reales de la tragedia que pasa en Venezuela.
Esos sentimientos humanos que cuando son muchos, se repiten y se vuelven colectivos. Lamentablemente el caso en Venezuela es de los que están en el poder y de los que quieren estar en el poder. Eso es lo más triste. Por eso no se ha llegado a nada porque nadie sabe quién es peor ladrón. La oposición que hace negocio con el gobierno, es eso. Yo traté de hacer esa pequeña crítica y dirigir a Luzmira en eso. Ella terminó la letra con la melodía tradicional. Ahora, para el formato en vivo construimos más versos que van en ese sentido.
Hay algo que caracteriza a Olindo Records como sello discográfico que es que son unos junkies de los vyniles (dicho en tus propias palabras) . A eso hay que sumarle la pasión por la música, pero también el buen gusto y el interés que tienen por lo estético. La portada de Bichos, por ejemplo, es una maravilla. ¿Quién la hizo?
R.M: La portada es de un súper pana de la adolescencia que se llama Gustavo Dao, que ahorita está en Nueva York, es parte de la diáspora. Y Bestialo Culapsus (Abraham Araujo) que está en Caracas y es un luchador allá. Yo había visto el trabajo de Gustavo, pero le perdí la pista y luego lo empecé a ver de vuelta por Instagram. Yo no sabía que él pintaba ese tipo de cosas y me llamó la atención porque sus dibujos en general son muy violentos. Tiene una cosa súper sexual, casi pervertida que me parecía chévere. Yo quería causar una especie de jamaqueo, lo que te decía de las letras – ¡epa, algo está pasando en Venezuela! – que fuera una bofetadita, ¿sabes? Que no fuese solo un disquito que está muy lindo y que luego pase desapercibido, sino que fuese una cosa que tuviera un norte. Cuando llamé a Gustavo, le conté y él estuvo súper de acuerdo.
Y de allí salió el rostro plagado de bichos…
R.M: Es que una de las cosas que también asumí fue el nombre – que fuera Raúl Monsalve y Los Forajidos -. Hice el disco muy en solitario – a pesar de tener tantas colaboraciones – al final era yo orquestando todo. Entonces subí un poco más la apuesta al asunto y dije: voy a poner mi cara en la portada, y quizás puede parecer burda de ególatra lo que te estoy diciendo, pero se trataba de cambiar un poco y dejarme de pena…siempre andaba como con una timidez.
¿El de la portada eres tú?
R.M: Si, pero no es exactamente el resultado final. Es una selfie que me tomé un domingo en la tarde aquí en Paris y le dije a Gustavo: dibújame a ver qué pasa. Él, con sus referentes de pintores que construían figuras con pequeñas figuras, haciendo que cada pequeño elemento llegara algo y crera otra cosa, sacó eso. Toda esta cosa de la mentira, la viveza, la estupidez, la compasión, todo eso que yo hablo en el disco está allí. Una de las cosas que no quiero hacer es cometer el error de señalar a la gente, sino plantearlo más como: “mira, esos defectos también están en mi, en mi propia cara. Todos esos defectos también los tengo yo”.
Hay un bicho dentro de cada uno de nosotros…
R.M: ¡Exacto! Todos somos unos bichitos. Nadie se salva. Lo que creo es que estar conscientes de eso, hace una pequeña diferencia. Se trata de ver cómo podemos ser mejores, cómo podemos hacer para arreglárnosla en armonía y echar pa lante. Sea con un grupo o se traten de relaciones humanas, relaciones de pareja, un país, un presidente… tenemos que ver, con nuestros defectos, cómo podemos hacer para entendernos. En la portada no es obvio que es mi cara, ni me importa y menos mal que no es así. Pero para mí queda esa lectura.
¿De este preoceso, qué más queda pendiente hacer?
RM: Hay un trabajo personal muy grande que hay que hacer. Todos estamos metidos en el paquete. Sentarse uno, ser honesto y controlar el bichito que habita en ti… No lo vayas a poner como título ¿oíste?